Desde hace dos años me dedico a escuchar discursos en efemérides patrias
Los camisados. ¿Sería un error imperdonable y fruto de la presión de un clima de época -la hegemonía del peronismo en alguna de sus tantas versiones, la kirchnerista por ejemplo- que una maestra argentina con voluntad tan didáctica como progresista, o peronista, describiera a parte del pueblo que tomó la plaza aquel 25 de mayo de 1810 con la palabra "descamisado"? En rigor de verdad, no. Los descamisados no fueron un invento peronista.
"La palabra 'descamisado' nació en aquella época (la de la colonia del 1800). Se refería a los pobres sin camisa. La ropa era carísima, más que la comida. Para vestirse por completo, un artesano del período colonial habría tenido que invertir enteros dos meses de salario".
Lo explica el doctor en historia e investigador del Conicet Gabriel Di Megli "la" autoridad de referencia en vida cotidiana de las clases populares en la época colonial y en las primeras décadas de organización nacional en la Argentina.
¿Y qué sería de una frase como "Belgrano luchó contra los monopolios" escuchada en un discurso escolar para el Día de la Bandera el año pasado?
"Eso no es así -pone en claro Di Meglio-. La Revolución de Mayo no terminó con el monopolio comercial español. Eso había pasado en 1809: Cisneros ya había liberado el comercio."
Desde hace dos años me dedico a escuchar discursos escolares en efemérides patrias y a presenciar actos poblados por gauchos, paisanas, damas antiguas, negras pasteleras, vendedores de velas afroamericanos, san martines y belgranos de menos de metro treinta. A mis versiones vengo sumando las de otros padres en escuelas varias. Cada año, veo a madres angustiadas en búsqueda frenética de disfraces escolares para sus hijos de primaria. La bombacha de campo y las alpargatas, por ejemplo, para disfrazar al varón de la casa de gaucho emancipador.
Por cinco minutos de uso habrá que pagar entre $120 y $150 más $150 de seguro, que luego se devuelve, por el alquiler del disfraz de "gauchito colonial". En Mercado Libre, la bombacha de campo cuesta $95. Pero te tenés que ir hasta Ciudad Evita a retirarla. Por ahí alguien te presta, pero seguro le queda chica a tu hijo.
Tanto esfuerzo paterno, todo para acompañar un error histórico del acto escolar. Alguien tiene que decírselo a la maestra argentina: el gaucho colonial no vestía con bombacha de campo y alpargata. Lo suyo era el chiripá, el poncho y las botas de potro, en el mejor de los casos. En el peor, el gaucho pobre iba descalzo.
"No existía la alpargata en los años de la Revolución de Mayo. Es muy posterior, de fines del siglo XIX. Y tampoco la bombacha de campo, que llegó después de la Guerra del Paraguay. Eran uniformes traídos de Europa, de la guerra de Crimea, que después el gaucho pobre se lo queda y lo usa en el día a día", aclara Di Meglio.
Asistimos a actos escolares desde 1887. Cantamos el Himno Nacional desde 1905. Juramos la bandera en 4to grado desde 1909. Conmemoramos la Revolución de Mayo desde 1908. Celebramos el Día de la Bandera desde 1938.
Llevamos más de un siglo repitiendo rituales sobre el escenario escolar sin hacernos una pregunta básica: ¿para qué? ¿Cuáles son los efectos de ese guión repetido hasta el cansancio?
El folklore tiene géneros y temas potentes, inspiradores. Pero el acto escolar arrasa con cualquier vitalidad. El zapateo y zarandeo de los chicos sobre el escenario no logra recuperar ni una chispa de la pasión que el gaucho desaforado ponía en ese histeriqueo con la china a ritmo de la música.
Los cuerpos de los chicos se congelan y parecen tablas sin gracia cuando bailan el Pericón. Esos mismos cuerpos que se desatan al ritmo del Gangnam Style
Los cuerpos de los chicos se congelan y parecen tablas sin gracia cuando bailan el Pericón. Esos mismos cuerpos que se desatan al ritmo del Gangnam Style se vuelven inertes en el escenario de la fecha patria. Algo está distorsionado en el acto escolar y en la enseñanza de la historia. Y en muchos sentidos.
Los pedagogos lo saben hace años. Se los enseñó en los ochentas el matemático francés Yves Chevallard, especialista además en didáctica de los saberes escolares, con su noción de "transposición didáctica".
Chevallard sintetizó así el largo proceso de traducción que atraviesa un objeto científico hasta que llega al alumno, luego de pasar por el currículum, el proyecto institucional, la planificación del maestro y finalmente, su enseñanza real en el aula.
La escuela, el currículum escolar, es por definición infiel respecto del conocimiento riguroso de las ciencias, las duras como la matemática o la física, o las sociales como la historia. "Edita" los saberes en "materias". El científico reconoce poco de lo que sabe en lo que se enseña en la escuela. Eso es en general.
En el caso argentino en particular, se superpone otra distorsión producida desde el nacimiento del sistema escolar por las políticas educativas de Estado. La historia como asignatura y los actos escolares no buscan fidelidad al conocimiento historiográfico. Su objetivo fue desde el principio -cuando se trataba de dar cohesión a una población diversa, hecha de inmigrantes- la construcción de un relato fundador. Y lo sigue siendo: una tecnología pedagógica para producir identidad nacional.
La tesis es de los investigadores Mario Carretero y Miriam Kriger. La desarrollan en "La usina de la patria y la mente de los alumnos. Un estudio sobre las representaciones de las efemérides escolares", un trabajo publicado en 2006.
Pero la Argentina ya no es la misma. Lo sabemos: fragmentada al infinito, atravesada por divisiones cada vez más disparatadas, ni los chicos ni los maestros ni los padres construyen patria, pertenencia, sensación de destino común en esos actos.
Está claro: la insistencia del ritual escolar tiene efectos colaterales. Inocuo a esta altura del siglo en su objetivo de generar cohesión. Dañinos en otro aspecto.
Lo dicen Carretero y Krieger. Tanta insistencia en el acto escolar y sus identificaciones nacionalistas románticas fija a los adolescentes en interpretaciones totalizantes. Les cuesta acceder a los principios de una historiografía más rigurosa, comprender el rol del conflicto como "principio activo de la historia" y captar "identidades diferentes".
Lo único vivo y lo más conmovedor en el acto escolar es el compromiso de chicos de primaria en pos de un objetivo común, los ensayos y la puesta final
Tienden a interpretar el pasado en función del presente. Como también pasa en el discurso escolar presionado por las debates del ahora, que asocia a Belgrano con los monopolios o intenta rastrear en la Revolución de Mayo una semilla independentista de la que, según afirma Di Meglio, no hay evidencia histórica en esos días. En aquel Mayo la mayoría todavía se sentía fiel al rey de España.
Como dice Di Meglio: "Los asuntos del presente se meten en la descripción histórica y es inevitable, pero un docente tiene que historizar, es decir mostrar las diferencias entre el presente y el pasado".
Lo único vivo y lo más conmovedor en el acto escolar es el compromiso de chicos de primaria en pos de un objetivo común, los ensayos y la puesta final. No es poco. Pero no alcanza.
Se me ocurren varias ideas. En principio, dejar de lado una pretensión realista en la representación que conduce inexorablemente al error histórico, y al engorro de los padres. Que los chicos bailen el folklore como si fuera un tema de PSY. Que lo hagan en jean y zapatilla y como máximo, un pañuelito en el cuello como homenaje a una época pasada. Que cierta abstracción propia del teatro de vanguardia perfore al fin la fecha patria y libere la imaginación y los cuerpos. Que chicos, padres y maestros bailemos todos, liberados, un gato improvisado en el patio del colegio. Como una suerte de rave patria desprolija y festiva al ritmo de un PSY telúrico.
O una celebración escolar del 25 de mayo al estilo de las Ted Talks con un Gabriel Di Meglio, por ejemplo, contándole a chicos de primaria los mitos y verdades sobre el 25 de mayo. Usar la efeméride para empezar a construir patria -o, me gusta más, sentido de comunidad- de una manera más rigurosa en relación al conocimiento histórico, lejos de los automatismos fáciles de los relatos fundadores vaciados después de ciento cincuenta años de repetición. Usarla para empezar a producir de a poco una actitud racional que tome distancia de una identificación emotiva e ingenua de la historia nacional.
Contar la Nación en una versión desmitificadora que sacuda cabezas y recupere la escucha atenta y una disposición más crítica y racional hacia los hechos de la historia. Y del presente.
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